Hambre de orquesta. Hernández-Silva con la ONE
La temporada sinfónica 2017-18 del Auditorio de la Diputación de Alicante se inauguró con un concierto de la Orquesta Nacional de España (ONE) dirigida por primera vez por Manuel Hernández-Silva, actual director titular de la Orquesta de Málaga. Para su debut con la ONE el director hispano-venezolano diseñó un brillante programa con tres obras del siglo XX, todas ellas de compositores ‘periféricos’. La Sinfonía ‘Año 1917’ (1961) de Shostacovich era nueva en los atriles de la ONE al igual que el Concerto Fantasy (2000) de Glass, que se ofrecía en lo que merecería llamarse una producción valenciana.
Hernández-Silva es el director ideal para la deslumbrante Cuban Overture (1932), que une un sutil y respetuoso tratamiento de la música popular caribeña con una no menos sutil escritura orquestal. La interpretación de la Obertura requiere tanto un depurado sentido rítmico como un fino oído tímbrico que deben ser acompañados por un conocimiento y reconocimiento del material melódico, que proviene de las más diversas fuentes entre las que se cuenta el genial Xavier Cugat.
En las antípodas de Gershwin se sitúa Shostacovich, otro compositor enamorado de la percusión que integró como nadie en el sonido de la orquesta, amante de los contrastes más violentos y dueño de los mejores instrumentos retóricos. Gershwin y Shostacovich fueron dos artistas privilegiados que demostraron su infalibilidad cuando de encontrar flores en un vertedero se trata, pero también cuando hay que dar visibilidad al estiércol en un jardín francés. El discurso musical de ambos puede llegar a convertirse en un laberinto en el que resulta fácil perderse, pues es proclive a perderse en los excesos tanto dinámicos como tímbricos. Curtido en la sabiduría de la tradición interpretativa vienesa, Hernández Silva hace caso omiso de estas ‘tentaciones de la carne’ a la vez que se deja seducir por la emoción y sensualidad sin límites de la Sinfonía 1917, una de las más ariscas de Shostacovich, firme candidato a convertirse en «el Mozart del siglo XX».
Philip Glass, otro maestro de la escritura orquestal, se parece más a Rossini, de quien parece ser descendiente directo. Al igual que Rossini, el discurso de Glass parece dirigirse exclusivamente a las emociones, desentendiéndose de normas retóricas y cuestiones programáticas, e ignorando cualquier aspiración culturalista, psicologista, sociologista, … y/o pedantista. Su música fluye con absoluta naturalidad y consigue emocionar a sus oyentes (que se fascinan o irritan, pero no son capaces de quedar indiferentes). Su Concierto Fantasía para timbales lleva al límite estos procedimientos afectivos utilizando como vehículo los inmensos requerimientos atléticos y virtuosos que exige a los intérpretes, a los cuales lleva a la extenuación. Extenuados finalizaron Bourgeois y Eguillor, quienes literalmente ‘sudaron la camiseta’, si bien el brillo del sudor que empapaba sus caras quedaba amortiguado por el fulgor de las miradas cómplices que se intercambiaban durante una interpretación que sólo se puede calificar de excelsa. En esta ocasión Hernández Silva ejerció de catalizador, hizo posible el milagro y consiguió pasar desapercibido en medio de la espectacular reacción química que se producía sobre el escenario.
Tenía un gran interés por escuchar a la Orquesta Nacional en una acústica distinta a la del Auditorio Nacional para así poder testar el alcance del trabajo de su nuevo director titular, David Afkham, que está siendo celebrado sin ambages por la crítica musical madrileña. Es indiscutible que en el último año la ONE ha progresado en todos los sentidos. La buena disciplina de trabajo repercute en la satisfacción de los profesores de la orquesta, en su identidad como colectivo y en la aspiración a un sonido identitario. Con un director tan comunicativo y poderoso como Hernández-Silva la ONE se encuentra cómoda y da lo mejor de sí misma. En Alicante fueron merecedores de las cariñosísimas ovaciones de un público que había agotado las entradas con semanas de antelación. La ONE está en el buen camino pero le queda mucho camino para llegar a su meta: entrar en el club de la excelencia sinfónica. Los metales conservan rastros de su característica rudeza, las maderas están cerca pero aún no han alcanzado la magia del empaste y el sonido de las cuerdas dista de la prístina transparencia que caracteriza a las grandes formaciones y que han perdido -si es que alguna vez la tuvieron- muchas orquestas que siguen compitiendo en la liga de campeones sin que casi nadie se atreva a decir que «el rey está desnudo».