ACM Concerts cumple diez años

ACM Concerts cumple diez años

Así, como quien no quiere la cosa, han pasado diez años de la puesta en marcha de este proyecto personal que es la agencia de representación artística, ACM Concerts. Como todos, como en todo, ha habido momentos mejores y peores, pero, echando la vista atrás, no sé si por la selectividad de nuestra memoria o porque las alegrías suelen superar a la penas, los momentos que me vienen a la mente son los buenos, que los ha habido, muchos de ellos excelentes.

Pero hubo también momentos difíciles: dando nuestros primeros pasos se nos vino encima una de las crisis más brutales que se recuerdan, una crisis global que, lejos de haberse superado, nos está conduciendo a un nuevo paradigma. Se redujeron las programaciones, se revisaron los cachés, incluso muchas instituciones y empresas culturales tuvieron que cerrar sus puertas o reconvertirse significativamente. Fue como un terremoto que sacudió hasta los cimientos todo el edificio de la industria cultural, a todos los que, cada uno en su lugar, formamos parte de esta profesión que llamamos el ‘show business’.

Y me complace constatar como a base de esfuerzo, constancia, trabajo duro y perseverancia, nos hemos ido abriendo un hueco y encontrando nuestro lugar al sol. Incluso nos hemos internacionalizado y hemos empezado a trabajar fuera del que inicialmente era nuestro territorio natural, el mercado español, para empezar a plantar semillas en otros países de todos los continentes. Eso hace que esta celebración sea un excelente momento para dar las gracias a todos aquellos que nos han acompañado en este trayecto, tanto artistas -lo que están y los que ya no están- como promotores y programadores, sin unos y otros esto habría sido imposible.

Naturalmente no siempre hemos estado a la altura de las expectativas de algunos -supongo que es fácil decepcionar en esta profesión-; otras veces en cambio nos han agradecido más allá de nuestro méritos. Unos artistas se han ido y otros han llegado, y a lo largo de ese proceso de decantación, se ha configurado una lista de artistas de la que nos sentimos muy orgullosos. Lo que no ha cambiado un ápice es nuestro compromiso por defender y desarrollar de la mejor manera posible la carrera de cada uno de ellos.

De corazón, gracias

ACM Concerts

 

Hambre de orquesta. Hernández-Silva con la ONE

Hambre de orquesta. Hernández-Silva con la ONE

Alicante, sábado 14 de octubre de 2017. ADDA. Julien Bourgeois y Xavier Eguillor, timbales. Orquesta Nacional de España. Manuel Hernández-Silva, director. George Gershwin, Obertura cubana. Philip Glass, Concerto Fantasy for two Timpanists and Orchestra. Dimitri Shostacovich, Sinfonía nº 12 ‘Año 1917’. Temporada sinfónica 2017-18 del ADDA. Entradas agotadas. Publicado en mundoclasico.com el 23 de Noviembre de 2017
 

La temporada sinfónica 2017-18 del Auditorio de la Diputación de Alicante se inauguró con un concierto de la Orquesta Nacional de España (ONE) dirigida por primera vez por Manuel Hernández-Silva, actual director titular de la Orquesta de Málaga. Para su debut con la ONE el director hispano-venezolano diseñó un brillante programa con tres obras del siglo XX, todas ellas de compositores ‘periféricos’. La Sinfonía ‘Año 1917’ (1961) de Shostacovich era nueva en los atriles de la ONE al igual que el Concerto Fantasy (2000) de Glass, que se ofrecía en lo que merecería llamarse una producción valenciana.

Hernández-Silva es el director ideal para la deslumbrante Cuban Overture (1932), que une un sutil y respetuoso tratamiento de la música popular caribeña con una no menos sutil escritura orquestal. La interpretación de la Obertura requiere tanto un depurado sentido rítmico como un fino oído tímbrico que deben ser acompañados por un conocimiento y reconocimiento del material melódico, que proviene de las más diversas fuentes entre las que se cuenta el genial Xavier Cugat.

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Foto de Basilio Martínez

En las antípodas de Gershwin se sitúa Shostacovich, otro compositor enamorado de la percusión que integró como nadie en el sonido de la orquesta, amante de los contrastes más violentos y dueño de los mejores instrumentos retóricos. Gershwin y Shostacovich fueron dos artistas privilegiados que demostraron su infalibilidad cuando de encontrar flores en un vertedero se trata, pero también cuando hay que dar visibilidad al estiércol en un jardín francés. El discurso musical de ambos puede llegar a convertirse en un laberinto en el que resulta fácil perderse, pues es proclive a perderse en los excesos tanto dinámicos como tímbricos. Curtido en la sabiduría de la tradición interpretativa vienesa, Hernández Silva hace caso omiso de estas ‘tentaciones de la carne’ a la vez que se deja seducir por la emoción y sensualidad sin límites de la Sinfonía 1917, una de las más ariscas de Shostacovich, firme candidato a convertirse en «el Mozart del siglo XX».

Philip Glass, otro maestro de la escritura orquestal, se parece más a Rossini, de quien parece ser descendiente directo. Al igual que Rossini, el discurso de Glass parece dirigirse exclusivamente a las emociones, desentendiéndose de normas retóricas y cuestiones programáticas, e ignorando cualquier aspiración culturalista, psicologista, sociologista, … y/o pedantista. Su música fluye con absoluta naturalidad y consigue emocionar a sus oyentes (que se fascinan o irritan, pero no son capaces de quedar indiferentes). Su Concierto Fantasía para timbales lleva al límite estos procedimientos afectivos utilizando como vehículo los inmensos requerimientos atléticos y virtuosos que exige a los intérpretes, a los cuales lleva a la extenuación. Extenuados finalizaron Bourgeois y Eguillor, quienes literalmente ‘sudaron la camiseta’, si bien el brillo del sudor que empapaba sus caras quedaba amortiguado por el fulgor de las miradas cómplices que se intercambiaban durante una interpretación que sólo se puede calificar de excelsa. En esta ocasión Hernández Silva ejerció de catalizador, hizo posible el milagro y consiguió pasar desapercibido en medio de la espectacular reacción química que se producía sobre el escenario.

Tenía un gran interés por escuchar a la Orquesta Nacional en una acústica distinta a la del Auditorio Nacional para así poder testar el alcance del trabajo de su nuevo director titular, David Afkham, que está siendo celebrado sin ambages por la crítica musical madrileña. Es indiscutible que en el último año la ONE ha progresado en todos los sentidos. La buena disciplina de trabajo repercute en la satisfacción de los profesores de la orquesta, en su identidad como colectivo y en la aspiración a un sonido identitario. Con un director tan comunicativo y poderoso como Hernández-Silva la ONE se encuentra cómoda y da lo mejor de sí misma. En Alicante fueron merecedores de las cariñosísimas ovaciones de un público que había agotado las entradas con semanas de antelación. La ONE está en el buen camino pero le queda mucho camino para llegar a su meta: entrar en el club de la excelencia sinfónica. Los metales conservan rastros de su característica rudeza, las maderas están cerca pero aún no han alcanzado la magia del empaste y el sonido de las cuerdas dista de la prístina transparencia que caracteriza a las grandes formaciones y que han perdido -si es que alguna vez la tuvieron- muchas orquestas que siguen compitiendo en la liga de campeones sin que casi nadie se atreva a decir que «el rey está desnudo».

 

 

 

Hambre de orquesta. Hernández-Silva con la ONE

Dicción poética de altura. Hernández-Silva con la ONE

Hernández-Silva con la ONE

Crítica de Octavio J. Peidró para La Información 16.10.2017 | 00:50

Hace tan solo unos días que Alicante ha vivido alborozada el incontestable triunfo de la Selección Nacional de Fútbol en el Estadio José Rico Pérez que la ha conducido a su insoslayable cita con el próximo Mundial. Ayer, como otro fulgor de carácter identitario, la Orquesta Nacional volvió a demostrar por qué los españoles y españolas nos sentimos orgullosos de nuestras instituciones. En verdad que hay que felicitar a Josep Vicent por el acierto de haber abierto esta temporada en Campoamor con este magnífico programa, con la ONE y con uno de los directores más prestigiosos de los que habitan en nuestra nación. Por esa razón, lo de anoche, queridos lectores, fue una simbiosis simplemente perfecta, un maridaje musical del que se goza muy de cuando en cuando.

El director del ADDA ha titulado la temporada sinfónica con un aristotélico vocablo que induce a pensar que lo del sábado fue una Poetica -parafraseando al maestro de Altea- de la métrica y la prosodia musical sustanciada en la vorágine de compases de amalgama y compases dispares que se dieron cita en el escenario; una ofrenda telúrica a los dioses del Olimpo que nos legaron el cronos protos con el que Stravinsky se consagró en la primavera parisina de 1913. En consecuencia, un sí a ese latido, a ese pulso interior que pocos maestros dominan en el podio como Hernández-Silva. Y como prueba de ello, la espectacular ejecución de la Obertura Cubana, oportuna carta de presentación, que supuso el mejor expositor de la hábil factura intelectual del programa.

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Fotografía: Basilio Martínez

La pieza de George Gershwin (Brooklyn, 1898-Los Ángeles, 1937), aderezada de esos ritmos y armonías que el americano aprendió del español Xavier Cugat y su orquesta ­-a los que escuchaba en su apartamento de Riverside Drive en Manhattan-, está inspirada en las melodías de los hits cubanos de los años 30 como «El Manisero», o «Échale salsita» de Ignacio Piñeiro, y en los aires del folclore popular, dícese de danzones, son, conga o el mismo mambo. En este sentido, fue extraordinaria la ejecución técnica de la orquesta que entendió a la perfección las directrices estéticas marcadas por el maestro que, a buen seguro, se sometería a un ejercicio inconsciente de introspección hacia su pasado caraqueño donde creció al amparo de una música —la que cantaba el pueblo— que contiene enormes lazos de consanguinidad formal y estilística con el alma de Cuba. Asimismo, se agradece el gesto -pocas veces hallado en las interpretaciones- de hacernos escuchar tres veces el penúltimo compás de la obra, tal y como dejó escrito de su puño y letra el propio Gershwin.

Tras un brillante inicio, llegó la atrevida apuesta por Phillip Glass (Baltimore, 1937), un autor al margen de todas mis apuestas, y que el público que abarrotaba la sala sinfónica del ADDA recibió de buen grado merced, sobre todo, a la impecable ejecución de los solistas Julien Bourgeois y Xavier Eguillor que, surmegidos en la extraordinaria complejidad técnica del set de doce timbales -siete para el xixonenc y cinco para el de Lyon-, a mi juicio, dieron todavía un paso adelante respecto a la interpretación que del Concierto Fantasía para timbales realizaron con la Orquesta de Valencia, por cuanto existe un proceso lógico de madurez al que se somete una partitura en la relectura de la praxis profesional. Por otra parte, el cara a cara de la ONE con Glass no es novedoso ni mucho menos, podría tratarse, incluso, de un cuasi idilio, pues aún resuenan los ecos de la Sinfonía Nº 8 y del Concierto para dos pianos y orquesta «The Light» -encargo de la propia orquesta- en el Auditorio Nacional en 2016. Ahora bien, aun si desde un punto de vista musicológico la música de Phillip Glass ha sido en muchas ocasiones encajada por la fuerza en el espectro minimalista, no hay demasiados asideros estéticos para valorar la obra de anoche en estos términos. Más bien parece un experimento deconstruccionista en el que forma y contenido musicales vuelven al útero materno para mostrarnos un atávico universo de sonoridades y ritmos ancestrales. Seguramente, el punto álgido de esta magna epopeya estuvo en la candenza entre el segundo y el tercer movimiento, momento en el que los solistas demostraron por qué son dos referencias indiscutibles en ese instrumento a nivel internacional.

Todavía exhaustos por la energía derrochada en la primera parte, la apoteosis llegó con la soberbia interpretación de la Sinfonía Nº 12 «El año 1917» de Dmitri Shostakóvich (San Petersburgo, 1906-Moscú, 1975). No cabe duda de que fue en la ejecución de este coloso musical donde pudimos ser testigos del ceremonial de fusión artística entre Manuel Hernández-Silva y la Orquesta Nacional de España. Siento defraudar a quienes todavía hoy piensen en esta obra como un homenaje sincero y sentido a Lenin; nada más lejos de la realidad. Abran los ojos y descubrirán el irónico «desaire» al dictador -permítanme el anagrama- que justifica el Dies Irae del comienzo -qué maravilla de contrabajos y cellos tiene la ONE- y todas sus variantes. Hernández-Silva supo crear la atmósfera necesaria para reproducir poéticamente el horror que el propio compositor vivió en aquellos meses de febrero y marzo siendo un niño. Es una sinfonía hecha con las tripas, exenta de sesgo político, donde el sábado la interpretación de la ONE dejó patente las ansias de libertad que proclama Shostakóvich, además de la incomprensible indolencia que sufre esta sinfonía respecto a las demás. Con la sexta menor del modo dórico como un referente que se asoma de manera obstinada en toda la introducción, la orquesta reflejó vívidamente la tragedia que se percibe en todo el discurso resuelto técnicamente de un modo impecable. Por otro lado, el adagio del II movimiento, aderezado de autocitas de la Sinfonía Nº 11, nos brindó momentos de enorme tensión expresiva a través de ese clima funerario, con los ecos de la metralla como rumores funestos, sobre otra variación del Dies Irae donde destacaron el exquisito color de la trompa y, sobre todo, los solistas de flauta, clarinete -en perfecta comunión-, el bello timbre del fagot de Enrique Abargues, y la redondez sonora del trombón.

Curiosamente, el prodigio ruso prescinde de la secuencia del himno latino al final, siguiendo la fórmula de Beethoven, precisamente para enfatizar de una manera ciclópea el triunfo de la Libertad. Una presión emocional que alcanza el paroxismo en la consumación gracias a que Hernández-Silva se vale con inteligencia de la potencia sonora que le proporciona un viento metal que actuó durante toda la sinfonía como una masa sonora uniforme, compacta, sin estridencias, pero con autoridad. Con ese concepto —prístino desde el comienzo— aplicado ahora también a la monumental cuerda que esta orquesta posee, se alcanza el clímax en los últimos compases con una ONE que eleva a ambos genios, al de San Petersburgo y al de Caracas, hacia las más altas cotas de sublimación artística que se haya oído nunca en el ADDA. El resultado fue el caluroso aplauso del público que, rendido ante tanta belleza, supo agradecer una versión que anoche hizo historia en esta capital, y que los intérpretes reintegraron con el Salut d´Amour de Edward Elgar (Broadheath, 1857-Worcester, 1934). El arranque de la temporada 2017-2018 no ha podido ser mejor. Conciertos como el de anoche le hacen a uno sentirse orgulloso de tener al alcance una programación sinfónica de altura, de tener un auditorio como el de Alicante.

 

 

 

Espléndido debut de Hernández-Silva con la ONE

Espléndido debut de Hernández-Silva con la ONE

Espléndido Debut

Crítica de José Antonio Cantón para El Mundo, 16 de Octubre de 2017

Tres hechos a destacar han determinado la inauguración de la Temporada Sinfónica 2017/2018 del ADDA: la ejecución del excitante Concierto Fantasía para timbales de Philip Glass, la presencia por vez primera de la ONE en el magnífico auditorio alicantino y el debut de Manuel Hernández-Silva con dicha orquesta, sin duda, una experiencia muy significativa en la sólida carrera artística del maestro hispano-venezolano. Cada una de estas circunstancias era un más que suficiente aliciente para el aficionado, si además se tiene en cuenta que la tres obras del programa eran exponentes de la mejor percusión imaginada, pensada y realizada.

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Hernández-Silva con la ONE en Alicante. Fotografía: Basilio Martínez

La siempre compleja asunción y posterior transmisión de la Obertura cubana de George Gershwin tuvo en el director su mejor exponente dado su natural conocimiento de los ritmos latinoamericanos. Sus marchosas indicaciones, en las que intervino todo su físico, facilitó la expresión de esta singular obra haciéndola atractiva de escuchar, enriquecida por una trepidante sección de percusión liderada por el siempre espectacular Juanjo Guillem, primer timbalero de la ONE, que en esta obra así como en la sinfonía que cerraba el programa destacó como elemento catalizador del éxito global de ambas interpretaciones.

De este modo transcurrió también la versión de la obra de ese gran minimalista norteamericano cual es Philip Glass. Director, solistas y orquesta funcionaron como un engranaje sonoro que llenaba de sensaciones al oyente, que se sentía sorprendido por la exploración que el compositor hace en cada compás de sus tres movimientos y cadencia, donde queda ejemplarizada la riqueza de su siempre experimental creatividad musical. El sonoro triángulo equilátero que formaban las dos baterías de siete y cinco timbales con las tres cajas funcionó a la perfección, envuelto por el repetitivo acompasamiento armónico del resto de la orquesta, creando un motórico discurso de singular atractivo. El virtuosismo de los solistas tuvo especial brillantez en la cadenza, pasaje fundamental para entender hasta qué punto Glass se sumerge en las posibilidades expresivas de los doce timbales al llevar su toque a límites técnicamente insospechados, inspirándose en la sincopada idea de Lalo Schifrin perteneciente a la banda sonora de la televisiva serie Misión Imposible. Los primeros bravos refrendaron la excelente aceptación de un público sorprendido a la vez que entusiasmado, confirmándose así el éxito de Julien Bourgeois y Xavier Eguillor como percusionistas de referencia en la interpretación de esta obra.

El otro momento esperado fue la Sinfonía nº 12 en Re menor, Op. 112, «Año 1917» de Dmitri Shostakovich. Hernández-Silva es un admirador de esta obra, cuyo Adagio asume como una de las inspiraciones más sublimes del pensamiento sinfónico del compositor petersburgués. El pulso que mantuvo el director durante sus casi quince minutos de duración fue toda una demostración de tensión musical y dominio del tempo. Los melopéicos diálogos entre distintos instrumentos de viento fueron esclarecidos ejemplos de virtuosismo técnico por parte de los profesores de la ONE, que lograron de su interpretación un ejemplo de lirismo sinfónico de gran altura, como vino sucediéndose en la sección de madera, donde surgía una riqueza expresiva digna de admiración. Hubo detalles que dejaban constancia de la total identificación de la ONE con la construcción que proponía el maestro, dominador del espacio eufónico del instrumento orquestal con la seguridad y experiencia que sólo puede provenir de su profundo conocimiento de la obra. Las transiciones entre movimientos fue otro aspecto a destacar de su interpretación, al saber predisponer el contraste con los motivos anteriores, aspecto clave para entender la sublime homogeneidad de esta sinfonía en la que el estallido de luz de su impactante Aurora, su tercer movimiento, fue palmario ejemplo de la mecánica precisión rítmica que este tiempo requiere. Ésta fue exaltada por una percusión espectacular que se diluyó en unas trompas de épico efecto sonoro. Hernández-Silva inició entonces un tensionado crescendo que le llevó a una apoteósica ejecución del Allegretto final.

Ante la ovación del público, el director quiso serenar la enorme excitación musical alcanzada con un exquisito bis de melodioso sosiego como el que contiene la sensual pieza de Edward ElgarSalut d’Amour en su versión orquestal, que puso fin a un concierto que superó todas las expectativas.

 

 

Hernández-Silva dirige a la Orquesta Nacional

Hernández-Silva dirige a la Orquesta Nacional

Hernández-Silva dirige a la Orquesta Nacional de España en el ADDA – Auditorio de la Diputación de Alicante en el concierto inaugural de su temporada sinfónica. El programa incluye la Obertura Cubana de Gershwin, el Concierto Fantasía para dos timbaleros y orquesta de Philip Glass y la Sinfonía nº 12 de Shostakovich, y será el próximo sábado 14 de Octubre.

Hernández-Silva

Ha actuado como director invitado con las orquestas Sinfónica de Viena, de la Radio de Praga, Sinfónica de Israel, Filarmónica de Seúl (Corea), Nord-Tchechische Philarmonie, Sinfónica de Karlsbad, Filarmónica de Olomouc (República Checa), Sinfónica de Puerto Rico, Nacional de Chile, Sinfónica de Venezuela, Filarmónica de Bogotá, Sinfónica Nacional de México, Municipal de Caracas, Sinfónica Simón Bolívar (Venezuela), Orquesta Sinfónica de Wuppertal (Alemania), Filarmónica Janacek (República Checa). En España ha dirigido a la Real Filarmonía de Galicia, Oviedo Filarmonía, Orquesta Sinfónica de Murcia, Orquesta Sinfónica del Vallés, Orquesta Sinfónica de Bilbao, Orquesta Sinfónica de RTVE, Orquesta Ciudad de Granada, Orquesta Sinfónica de Tenerife, Orquesta Sinfónica de Castilla y León, Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), Orquesta Sinfónica de la Comunidad de Madrid (ORCAM), Orquesta Sinfónica de Navarra, Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC).

Hernández-Silva Orquesta Nacional de España Alicante

Ha sido director titular de la Orquesta de Córdoba; director principal invitado de la orquesta Simón Bolívar de Caracas; y director musical de la Orquesta Joven de Andalucía. Actualmente es director titular y artístico de la orquesta Filarmónica de Málaga. El maestro Hernández Silva ha desarrollado una intensa actividad docente, impartiendo cursos internacionales de dirección e interpretación, así como numerosas conferencias. Todo ello le ha valido el reconocimiento de los músicos con los que ha trabajado, el del público y el de la crítica especializada. Se graduó en el conservatorio superior de Viena con matrícula de honor en la cátedra de los profesores Reinchard Schwarz y Georg Mark. En el año de su diplomatura ganó el concurso de dirección Forum Jünger Künstler convocado por la Orquesta de Cámara de Viena, dirigiendo a esta formación en la Konzerthaus de la capital austríaca.