Hernández-Silva, Flores y Rondón; excelentes críticas
Manuel Hernández-Silva a la batuta, Pacho Flores a las trompetas, Leo Rondón al cuatro venezolano y la Real Filharmonía de Galicia, ofrecieron los pasados 11, 12 y 13 de Enero en Santiago, Vigo y A Coruña un concierto de esos que quedan en la memoria de los espectadores toda una vida, como así lo reflejaron las estruendosas ovaciones del respetable y unas apoteósicas críticas que no escatimaron elogios y que compartimos hoy aquí. En esos conciertos tuvo lugar el estreno absoluto de la obra de Pacho, Cantos y Revueltas.
Esta semana, cada uno por su lado, se podrá ver a Hernández-Silva junto a la Orquesta de Extremadura dirigiendo El Amor Brujo y la 12ª de Shostakovich; y a Pacho Flores con la Orquesta Sinfónica de Bilbao y Alondra de la Parra tocando Akban Bunka de Christian Lindberg y Concierto Mestizo de Efraín Oscher.
Disciplina y libertad
Pacho Flores con la Real Filharmonía de Galicia bajo la dirección de Manuel Hernández-Silva.
Por Beatriz Cancela para CODALARIO |@beacancela Santiago de Compostela, 11-I-18.
Auguraba la directora técnica de la Real Filharmonía de Galicia (RFG) apenas unos minutos antes del concierto en el espacio «Convers@ndo con» que sería aquella «una noche especial para recordar», y estaba en lo cierto. En una semana en la que se sucedían -al menos- dos efemérides que incrementaban el simbolismo de esta celebración y se enfatizaba el vínculo entre este nuestro «finis terrae» y ultramar. La primera de ellas, la conmemoración del 68º aniversario de fallecimiento del literato, dibujante y político «rianxeiro» Castelao (1886-1950) en tierras Argentinas. De hecho, será la emigración uno de los temas más presentes en su obra con alusiones a ese «alma viaxeira» de tantos gallegos que los llevaría «alén do mar»:
«[…] E a alma viaxeira de Galicia formou desde entón, no fondo do Atlántico, un camiño de esqueletos –proseguimento do camiño das estrelas− para deixarmos testemuño oculto e dramático da nosa comunicación con América«. [Castelao, A. Sempre en Galiza, Libro II, cap. XX].
«[…] Y el alma viajera de Galicia formó desde entonces, en el fondo del Atlántico, un camino de esqueletos -proseguimiento del camino de las estrellas- para dejarnos testimonio oculto y dramático de nuestra comunicación con América». [Castelao, A. Sempre en Galiza, Libro II, cap. XX].
En segundo lugar, los seis meses del concierto de Gustavo Dudamel al frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia y del Orfeón Donostiarra en una Praza do Obradoiro hasta los topes, y donde quedaba patente el estrecho vínculo con Venezuela en concreto.
Unos puentes que vinimos a rememorar este jueves de nuevo en la capital gallega, el viernes en Vigo y el sábado en A Coruña, con la Real Filharmonía de Galicia (RFG). Tras un guiño al repertorio barroco para trompeta, emergía Hispanoamérica ejemplificada en Venezuela -principalmente-, Brasil, México y Argentina. Un repertorio atractivo con el que Manuel Hernández-Silva rompía con sus propuestas anteriores. El director titular y artístico de la Orquesta Filarmónica de Málaga es ya un gran conocido de la RFG, que con esta suma ocho intervenciones; hecho que de seguro coadyuvó a infundir firmeza a la hora de exponer este sugerente planteamiento.
Al encanto del repertorio se añadía, ya no sólo la participación solista de un mediático Pacho Flores, que en los últimos tiempos acumula una ingente actividad concertística, sino el estreno absoluto de una obra de su propia autoría.
Sin olvidar las raíces barrocas del repertorio trompetístico sonaba el Concierto para corno da caccia y cuerdas de Neruda. Sobre una orquesta comedida, en la que contrastaba el sonido del clave, se alzaba el solista. Con sonoridad dulce discurrían frases alabeadas, cadenciadas, sobre raudos y escurridizos mordentes y trinos. Una ejecución mecánica del conjunto que contrastaba con la calidez del instrumento solista y que en los solos brindaba, con destreza, unas agilidades más propias del repertorio contemporáneo.
Después de la brillante Aria de la Bachiana brasileira núm. 5 de Villa-Lobos, donde Flores cambió de registro y modo de ejecución sin abandonar nunca la expresividad bajo un fraseo ampuloso y contenido, llegaba el momento más ansiado. Cantos y Revueltas de Pacho Flores es una fantasía concertante para trompeta e instrumentos de cuerda, articulada sobre melodías, bailes populares y la inclusión de esta variante del joropo venezolano, por una parte; por otra, se perciben toques de jazz y salsa, aunando las tradiciones que configuran el sustrato indígena, africano y español, base de su cultura. Hasta tres instrumentos requirió el compositor para dar rienda suelta a una amplia gama de efectos y juegos sonoros cuya máxima -más que lograda y presente- no era otra que un delicioso y expresivo lirismo. Por su parte, el cuatrista Leo Rondón defendió un papel sumamente exigente para este instrumento popular más asociado al acompañamiento armónico y que, en esta obra, adquiere fundamental protagonismo, dejándonos momentos sublimes junto a los contrabajos, liberado de corsés y ataduras pero con un dominio técnico natural más que patente. A ello se sumó la participación del propio director con las maracas, brindándonos un delirante episodio a tres con el cuatro y la trompeta.
En sí, obra colorida, de grandes exigencias técnicas y capacidad expresiva a partes iguales, que viene a sumar un digno y enriquecedor eslabón al repertorio para trompeta -y por supuesto, para cuatro- del siglo XXI. En lo que respecta al intérprete y compositor, en su línea: elegante y cercano, afable y comunicativo, lírico y perito, minucioso y expresivo.
Dos bises se sucedieron después del estruendoso aplauso que provocó la obra en el auditorio. En primer lugar, la obra popular venezolana El diablo suelto, interpretada por el triunvirato formado por trompeta, cuatro y maracas. Partitura ágil y alegre que contrastó diametralmente con el introspectivo Invierno porteño de Piazzola.
Tras semejante caudal de sensaciones, en la segunda parte, la orquesta pasó de anfitriona a protagonista. En Redes suite, de Revueltas, Hernández-Silva optó por una ejecución contrastante, efectista y sensacionalista. El fin de fiesta lo constituyó la Suite de Danzas de Estancia, op. 8a de Ginastera, cerrando el ciclo de obras dedicadas a labores rústicas tradicionales. Un arduo trabajo orquestal en su conjunto, con severas secciones para la percusión, un fraseo ampuloso en su segundo movimiento y una Danza final (Malambo) viva y ágil en crescendo, donde la orquesta, compenetrada, alcanzaba un apoteósico final.
Aquella expectación inicial fue correspondida con creces por sus protagonistas que lograron arrebatar a la platea, prácticamente llena, estruendosas ovaciones, y dejando en la memoria de los allí presentes el recuerdo de un concierto indudablemente inolvidable.
Pacho anda suelto
Alfredo López-Vivié Palencia para mundoclasico.com, martes, 16 de enero de 2018.
Dice el maestro Binaghi que una crítica buena siempre es más breve que una mala. Y dice bien, hasta el punto de que en esta ocasión bastaría con que ustedes se lean el programa y yo les cuente que sus intérpretes estuvieron a la altura imaginativa requerida por estas obras, y que el público se lo pasó cañón.
De todos modos, no estará de más alguna presentación. Resulta que las iniciales del tal Neruda no tienen raíces chilenas (como sería excusable deducir del cartel americano) sino que corresponden a los nombres –una vez germanizados- de Johann Baptist Georg (c. 1708-Dresde 1776, aunque el programa de mano le da cuatro años más de vida), músico bohemio que, además de compositor, ejerció como concertino en lo que hoy conocemos como la Staatskapelle Dresden, y con cuyo Concierto en Mi bemol mayor se las tienen que ver quienes se dedican profesionalmente a la trompeta desde que fuera publicada la partitura en 1974. El mejicano Silvestre Revueltas compuso la banda sonora de Redes (una película-documental codirigida por Fred Zinnemann y Paul Strand), de la que en 1937 el gran Erich Kleiber arregló la “suite” escuchada hoy.
Del resto del programa huelga decir nada. Salvo de los Cantos y revueltas que el venezolano Pacho Flores (San Cristóbal, 1981) estrenó esta noche: en el programa de mano se cita al autor declarando que esta pieza para trompeta y orquesta de cuerda se inspira en los cantos y bailes populares de quienes trabajan la tierra; el resultado es una obra deliciosa de quince minutos de duración y en tres partes (lento-rápido-lento), con dos intermedios “improvisados” para la trompeta y el cuatro (variedad autóctona de la guitarra con funciones eminentemente rítmicas, cuyo tañedor ha de compensar la falta de dos cuerdas con un rasgueo endiabladamente ágil), que a mí me recordó -en sus recursos formales y en su escritura refinada- a la Fuga con pajarillo de Aldemaro Romero.
Flores es otro ilustre hijo de “El Sistema” venezolano: dato suficiente para presentarle con todos los honores. Hasta cinco instrumentos diferentes de la firma Stomvi (valenciana, de dónde si no?) tocó a lo largo del concierto, aunque me quedo con el corno que empleó para el Concierto de Neruda: cómo es posible extraer un sonido tan redondo y tan expansivo de un instrumento tan pequeño, y cuándo respira este hombre? No tengo respuesta para ninguna de las dos preguntas. Por lo demás, su versión del aria de la célebre Bachiana brasileira nº 5 me trajo a la memoria nada menos que a Dusko Goykovich; y en los Cantos y revueltas se me agotan los adjetivos para referir una técnica impecable y un gusto exquisitamente educado; por no hablar de la fiesta que montó con el cuatrista –que no cuatrero- Leo Rondón (cualquier campeón de bádminton envidiaría su soltura de muñeca), y con el mismísimo Hernández Silva, quien se bajó del podio, agarró las maracas y nos puso a bailar a todos demostrando que ese instrumento –bien tocado- no tiene nada que ver con un sonajero.
Los tres se volvieron a juntar para una trepidante propina en forma de una tonada popular venezolana: El diablo anda suelto, que el propio Hernández Silva rebautizó como Pacho anda suelto. Y cuando todos pensamos que se había acabado la primera parte, Flores, la orquesta y el maestro van y se arrancan, sin previo anuncio, con el Invierno de las Cuatro estaciones porteñas de –doble genuflexión- Astor Piazzolla (nada decía el programa de mano, aunque he podido leer las notas para este concierto que se repetirá en Coruña dos días después y en ellas sí se incluyen comentarios al respecto: descoordinación venial, porque lo importante es tener la ocasión de escuchar una obra tan hermosa servida de manera tan seductora).
Que la Real Filharmonía se transforma cuando la dirige Hernández Silva es una constante cada vez que don Manuel viene a Santiago. Y hoy no iba a ser la excepción: los músicos de nuevo “patalearon” al maestro al final del concierto. Porque no se limitó a acompañar a Flores, sino que le extendió una cálida alfombra orquestal; porque de Redes sacó todo lo que de brillante e inquietante tiene esta música (es estimulante comprobar que Revueltas no sólo escribió Sensemayá); y porque en Estancia pasó de una “Danza del trigo” de verdadero ensueño en fraseo y en mimo de las texturas sonoras, a un “Malambo” apabullante, que si sonó algo descompensado es sólo debido a que la partitura dispone siete instrumentistas en la artillería y les ordena fuego a discreción.
Excelencia, alegría y mestizaje.
La tradición vienesa se pone al servicio de la música transcontinental en el concierto de la Filharmonía de Galicia en A Coruña
JULIÁN CARRILLO para EL PAÍS. A Coruña 15 ENE 2018 – 21:46 CET
La Real Filharmonía de Galicia (RFG) ha celebrado este sábado su segundo y último concierto de esta temporada en los ciclos de abono de la Sinfónica de Galicia; en esta ocasión, en el ciclo Abono Sábado. En el podio, Manuel Hernández-Silva. Músico venezolano formado en la más ortodoxa tradición vienesa. Como solista, el trompetista venezolano Pacho Flores, nacido a la música en el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles creado en Venezuela por el maestro José Antonio Abreu.
Ha sido un largo y animado programa, cuya primera parte fue protagonizada por Flores intepretando el Concierto para trompa de caza y cuerdas, de Johann Baptist Georg Neruda (1708-80); la Bachiana brasileira nº 5, de Heitor Villa-Lobos; y Cantos y revueltas, del propio Flores, obra que se ha estrenado mundialmente en los conciertos de la RFG del jueves en Santiago, viernes en Vigo y este del sábado en el Palacio de la Ópera de A Coruña.
La especialización por periodos que ha traído el auge de la interpretación históricamente informada hace que sea bastante infrecuente escuchar música barroca tocada por orquestas que podríamos llamar generalistas. El sonido de la Real Filharmonía dirigida por Manuel Hernández Silva tuvo, desde los primeros acordes de la introducción orquestal de la obra de Neruda, el rigor estilístico exigible con el plus de la perfecta afinación de los instrumentos actuales.
La aparición de la trompa de Flores fue luminosa como un rayo de sol al amanecer, con un sonido límpido y brillante que, unido a una gran expresividad, fue su mejor baza interpretativa en toda la obra. Cada una de las cadenzas de los tres movimientos fue una demostración de solvencia técnica -con unas preciosas agilidades y unos saltos interválicos de gran dificultad precisa y preciosamente salvados– pero sobre todo, con una rigurosa profundidad conceptual.
La misma calidad interpretativa pero con un estilo bien diferente, desarrolló en la obra de estreno, de la que el público de A Coruña nada había podido saber previamente. Cantos y revueltas es una recopilación de piezas derivadas de “cantos de los cabestreros españoles” que el autor completa con esas revueltas con las que expresa “la esencia y el perfume de esos cantos y bailes populares… sin desprenderme de mi propia realidad artística y sin desmerecer el juego actual de la sociedad en este siglo XXI”.
Tal como indica el autor, Cantos y revueltas tiene el mestizaje en su ADN, tanto en su composición como en la inseparable interpretación del propio autor. Este emplea hasta cuatro trompetas de diferente tesitura y afinación en una exhibición de poderío y virtuosismo sonoro. La obra tiene toda la variedad rítmica nacida del mestizaje y es realmente espectacular de principio a fin.
Se podría decir que una espectacularidad bien lejana de una mera exhibición quizás sea lo que mejor define esta obra. Y el espectáculo crece de forma muy notable a partir del magnífico solo de cuatro llanero a cargo de Leo Rondón. Un gran músico que supo superar el ostracismo acústico al que condena el Palacio de la Ópera a los instrumentos de cuerda pulsada. Y así, saliendo del más oscuro silencio, logró imponer su ley con una verdadera exhibición de todo lo que se puede hacer con un instrumento de solo cuatro cuerdas y una pequeña caja armónica.
No faltaron improvisaciones, incluido algún tema popular gallego ni una demostración técnica de rasgueos, punteados y sonidos percutidos, tanto sobre la caja como directamente sobre cuerdas y mástil. Resulta inevitable recordar las técnicas que Penderecki hace usar a las cuerdas de la orquesta en el programa que el viernes 12 tuvieron ocasión de ver y escuchar los aficionados coruñeses.
Rondón hizo vibrar hasta los asientos, especialmente cuando fue acompañado por las maracas manejadas por el maestro Hernández Silva, en todo un contraste de formación vienesa y sangre latina. La enorme ovación del público fue premiada con dos propinas precedidas de una alocución de Hernández Silva -todo un maestro de la retórica- con un discurso de hermanamiento gallego-latinoamericano que hizo derretirse a más de uno. El diablo en el cuerpo y El invierno porteño de Las cuatro estaciones porteñas de Astor Piazzolla pusieron la guinda a esta –solo en duración, que no en impresión- larga primera parte.
Antes de este estreno, interpretaron una versión del propio Flores sobre el Aria de la Bachiana brasileira nº 5. Obra sometida a mil y un arreglos, fue interpretada brillantemente por Flores, elevando el argentino sonido de su trompeta sobre la más idónea discreción de la orquesta. Y es que quizás el sonido del instrumento solista sea demasiado brillante e incisivo para el carácter de nocturno de una obra pensada por su autor para soprano y conjunto de violonchelos.
Pasado el descanso, la RFG y Hernández Silva tomaron el mando. De entrada, con la suite sinfónica arreglada por E. Kleiber sobre Redes, una obra maestra de la música cinematográfica escrita por el mexicano Silvestre Revueltas. El maestro venezolano hizo con Real Filharmonía una excelente versión llena del dramatismo propio de la suite y del filme al que aportó base sonora.
Y como final – digno y apoteósico colofón de tan espectacular concierto- las tres Danzas del ballet Estancia, que fueron tocadas con el carácter que corresponde a cada una de ellas, desde la tranquila alegría de la Pequeña danza inicial y la serenidad de la Danza del trigo a la espectacularidad orquestal de la Danza final, malambo, cuya frenética rítmica estuvo siempre llena de una soberbia flexibilidad.
Fue un concierto de los que hacen afición por su espectacularidad y facilidad de audición. Los abonados de sábado de la OSG tuvieron así ocasión de vivir la calidad de la orquesta vecina y hermana. Y también comprobaron que la excelencia no excluye tamaños ni está reñida con la más viva y alegre entrega en la interpretación.