Kun-Woo Paik. Nunca es tarde si la dicha es buena
Crítica: Debut a los setenta años de Kun-Woo Paik con la Filarmónica de Nueva York.
Nueva York. David Geffen Hall 10-XII-2016. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Kun-Woo Paik, piano. Director musical: Jiri Belohlavek. Obertura de De la casa de los muertos de Leos Janacek. Concierto para piano nº 3 en Do menor, Pp. 37 de Ludwig van Beethoven. Sinfonía nº 6 en do mayor, op. 60 de Antonín Dvořák.
Y la forma de tocar de este poeta del piano (Wilhelm Kempf) me vino a la cabeza el sábado al escuchar a su antiguo alumno, ahora septuagenario, interpretar de manera admirable el Concierto en do menor del sordo de Bonn. Su interpretación huyó de todo tipo de efectismos, centrándose en lo puramente musical. Sin aspavientos ni gesticulaciones innecesarias, sacrificó algo del contundente sonido beethoveniano de alguno de sus colegas para conseguir, sin esfuerzo aparente alguno, con una tranquilidad pasmosa, desplegando musicalidad y poesía a partes iguales, una versión expresiva, con vida propia, donde la música fluía con naturalidad, que nos dejó de piedra.
Por Pedro J. Lapeña Rey – Codalario
El mundo de la música está lleno de paradojas. Hoy en día los escenarios musicales de todo el planeta están llenos de artistas orientales. No siempre fue así. En los años 60, Kun-Woo Paik fue de los primeros coreanos en venir a Nueva York a estudiar con Rosina Lhévinne en la Juilliard School. En aquellos años, antes de instalarse definitivamente en Paris, acompañaba habitualmente a la violista japonesa NobukoImai en sus conciertos neoyorquinos. Dio recitales en el Alice Tully Hall, y años más tarde fue un habitual del Carnegie Hall. Por eso es sorprendente nunca haya tocado con la NYPO – salvo una colaboración en 2014 en una gira de la orquesta por Corea a las órdenes de LorinMaazel–y los conciertos de este fin de semana hayan supuesto a sus setenta años, su debut con la orquesta aquí en Nueva York.
El pianista, con una amplia carrera en Francia – es Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres -, Italia e Inglaterra – fue invitado a la Última noche de los Proms en 1987 –ha tocado en varias ciudades españolas como Las Palmas, La Coruña o Sevilla en años atrás. Tras sus años en Nueva York y antes de afincarse en Paris, también estudió en Italia con Wilhelm Kempf. Y la forma de tocar de este poeta del piano me vino a la cabeza el sábado al escuchar a su antiguo alumno, ahora septuagenario, interpretar de manera admirable el Concierto en do menor del sordo de Bonn. Su interpretación huyó de todo tipo de efectismos, centrándose en lo puramente musical. Sin aspavientos ni gesticulaciones innecesarias, sacrificó algo del contundente sonido beethoveniano de alguno de sus colegas para conseguir, sin esfuerzo aparente alguno, con una tranquilidad pasmosa, desplegando musicalidad y poesía a partes iguales, una versión expresiva, con vida propia, donde la música fluía con naturalidad, que nos dejó de piedra. Precisamente lo que tanto echamos en falta en muchos de sus colegas asiáticos.
Este enfoque puede ser discutible en los Conciertos segundo y cuarto, y claramente insuficiente en el “Emperador”, pero en este tercero tiene todo su sentido, en una interpretación que le hermana a otros solistas que el arriba firmante ha tenido la ocasión de ver en el pasado como Alicia de Larrocha, Emanuel Ax o Maria Joao Pires. Entre el público como espectador de lujo, su compatriota Ban Ki-Moon, en sus últimos días como Secretario General de las Naciones Unidas, no se lo quiso perder.
¿Qué decir del acompañamiento de Jiri Belohlavek y la orquesta? Sencillamente magistral. La versión de Paik reclamaba un acompañamiento “a la antigua”, con orden, control y balance entre las secciones, eminentemente musical y de fraseos amplio. Lo tuvimos en grado sumo, con la brillantez propia de esta orquesta lideradacon sabiduría por el director checo. La enorme ovación fue correspondida tras hacerse bastante de rogar por una obra fuera de programa, la tercera de las Romanzas sin palabras, op. 17 de Gabriel Fauré.
Jiri Belohlavek nos sorprendió desde su entrada al escenario. No le veía desde hace tres años, cuando tras terminar su etapa de titular en la Orquesta Sinfónica de la BBC, le vi su primer concierto en Rotterdam, al ser nombrado “Principal director invitado” de la Filarmónica. En la ciudad holandesa aun lucía su característica melena rizada. Sin embargo el sábado se presentó con la cabeza completamente afeitada. Un cambio completo de imagen que espero sea por decisión personal y no por razones médicas. El director checo tampoco ha sido un habitual de la NYPO. Hasta la fecha solo les había dirigido en una ocasión. Fue en 1985 cuando era Director de la Sinfónica de Praga, cinco años antes de alcanzar la titularidad de la Filarmónica Checa. Como fue notorio, su salida tumultuosa de ésta, fue el origen de su gran carrera internacional. Lo que perdieron los checos lo ganamos el resto. Su dedicación a ser el paladín de la opera de su país lo conocemos bien en España con su inolvidable dirección de la Katya Kabanova de Robert Carsen en el Teatro Real y es muy conocida en el Metropolitan donde ha dirigido cinco producciones distintas en los últimos años.
Tras oírle la Obertura de “Desde la casa de los muertos” no se nos podía quitar de la cabeza que sería oír la obra entera a sus manos. Pocas veces han sonado las cuerdas de esta orquesta tan chirriantes y a la vez tan brillantes como el otro día. Los metales, imponentes, envolvieron el sonido de manera admirable.
La segunda parte fue dedicada a la Sexta Sinfonía de Antonín Dvorak, de entrañable recuerdo para un servidor. El primer concierto que vi a Jiri Belohlavek fue en 1991 con esta obra, en el primero de los ciclos sinfónicos de la añorada Fundación Cajamadrid. Dedicado en aquella ocasión a las últimas cuatro sinfonías del compositor bohemio, la Fundación se trajo a la Orquesta Filarmónica Checa para cuatro conciertos dirigidos a pares por Belohlavek y el mítico Vaclav Neumann. Veinticinco años después, parece que el tiempo no pasa por el director checo. La fuerza que imprimió a la versión me recordó a aquella con la que nos sorprendió hace la friolera de veinticinco años.
Consciente del altísimo nivel de la orquesta, les exigió al máximo desde el Allegro inicial, donde la influencia de Johannes Brahms es innegable. El Adagio fue perfilado con un fraseo de primera, esplendoroso y perfectamente construido. El Belolahvek más vibrante y espectacular se desató en el Scherzo, uno de los más famosos de la historia de la música. Se lanzó a tumba abierta sobre el “furiant”, la danza checa sobre la que se construye el mismo, y la orquesta, con un nivel de precisión excelente, respondió de manera brillante. Los violines, todos a una bajo las órdenes hoy de la segunda concertina Sheryl Staples – quien ya nos había asombrado en la Obertura “janacekiana” – fraseaban con brillantez y eran contestados con igual nivel de precisión por violas, violonchelos y contrabajos doblando las segundas voces. Se relajó algo en el Finale, muy solemne en su parte intermedia y de nuevo acelerado en un final deslumbrante, con una coda imponente, digno colofón de este enorme concierto.