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Reproducimos la excelente crítica del concierto de la Orquesta Filarmónica de Málaga con Amaury Coeytaux al violín bajo la direccion del titular de la formación, Manuel Hernández-Silva el pasado viernes 16 en el Teatro Cervantes de Málaga.

Noveno para la forma y el capricho

Alejandro Fernández, LA OPINIÓN DE MÁLAGA 18.03.2018 | 12:25

Dirección: Manuel Hernández Silva. Programa: Concierto para violín y orquesta en Re menor, op.47, de J. Sibelius y Sinfonía nº 1 en Do menor, op. 68, de J. Brahms. Lugar: Teatro Cervantes. Fecha: Viernes 16 de marzo 2018

Apenas treinta años separaban los dos mundos que protagonizaron el noveno concierto de abono de la Filarmónica de Málaga. Programa que por su interés constituye un doble reto para los intérpretes pero también para el auditorio que lo recibe. Sin duda alguna, este abono se elevó por encima de la programación por el estado de gracia en el que se desarrollaría. Orquesta, solista y batuta conjugaron ese momento de inspiración ideal que sólo puede ofrecer la fragilidad del instante.
 
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Amaury Coeytaux

A una primera parte elevada le continuó una segunda brahmsiana de factura serena y acentuada. El Guadagnini de Amaury Coeytaux que ya estuvo presente hace dos temporadas con la OFM defendiendo el Concierto para violín de Beethoven volvía al Cervantes con el homónimo del finlandés J. Sibelius. Amaury, actual primer violín del cuarteto Modigliani, con la misma honestidad que defendió entonces Beethoven, se presentaba en esta ocasión en absoluta comunión tanto con el conjunto, como la dirección magistral mostrada por el titular de la Filarmónica. 

Versión inolvidable y reveladora la de este solista galo centrada en la expresión gracias al dominio técnico que maneja sin el cual lo expuesto se derrumbaría por falta de consistencia. Coeytaux fulmina el carácter romántico de la partitura y muestra a Sibelius desgajado de dramatismo y tintes nacionalistas para descubrir al oyente a un compositor profundo que utiliza la forma como simple hilo estructural. En el denso allegro de apertura Coeytaux jugó con las tensiones abonando el canto desarrollado en el motivo central para finalmente iluminar la sala en el allegro de cierre.

Brahms tardó dos décadas en concebir su primera sinfonía que fue considerada en su día como la décima de Beethoven por algunas de las referencias que evoca. Máximo interés que no impidió interrupciones de teléfonos o que cierta butaca prefiriese las notas de voz de su wassap, bochornoso. Quizás ha llegado el momento para que el teatro se plantee un inhibidor de señal. Con todo OFM y batuta permanecen por encima de esta tibieza ofrecieron una lectura no sólo de referencia sino también como propia del gran conjunto que defienden en cada programa.

En los cuatro movimientos que articular la sinfonía Hernández Silva aprovecharía dos claves: tensión y riqueza tímbrica. Su dirección potenció los continuos diálogos entre maderas y cuerdas conteniendo hasta el movimiento conclusivo el empuje de bronces. No desaprovechó tampoco el hilo rítmico marcado por el profesor Sanz y el resultado no pudo ser más que un capricho de genialidad.

 

 

 

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